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24 de noviembre de 2014

YAMIL AVILA: 'Una Argentina intolerante', para Los Toldos es noticia

Hoy día, y desde mi punto de vista, nuestra Argentina convive con una forma contraria a la de 'tolerar', y esto es percibido en la política, la religión, el fútbol, las redes sociales, la calle, un encuentro entre amigos, y puedo seguir enumerando. Cada una de estas situaciones se constituyen como escenarios en donde el ingrediente común y casi sin excepción, es la intolerancia, en cada una de sus formas.
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Tolerancia significa aceptación y el respeto por la diversidad de ideas, culturas, razas, tendencias sexuales, creencias religiosas e ideologías políticas. La tolerancia es una actitud de consideración, aceptación y disposición a admitir en los demás una manera de ser y obrar distinta a la propia, es una toma de conciencia sobre la existencia del pluralismo.

Desconozco, y no me interesa saber cuál es la base de esto, dónde tiene origen o quién empezó a ser intolerante y parado desde qué perspectiva. Simplemente quiero ahondar un poco en ciertos aspectos que son efecto de la misma, me importa saber dónde o cómo termina la intolerancia.

En el plano político, en aquellas personas que fervientemente defienden una ideología o partido, es uno de los lugares en donde mayormente la intolerancia se presenta. Podemos verlo todos los días, en los medios o en cualquier charla, las claras diferencias entre las personas que adhieren al presente gobierno y los que se oponen a sus formas y pensamientos. Acá toma especial importancia la fuerza las ideas, aunque muchas veces expresadas por personas sin la capacidad de argumentar lo suficiente como para sostenerlas, y a su vez con la incapacidad también para repensarlas y dar lugar a alguien que opina distinto. En definitiva, toda esta gente que intenta presentar a su pensamiento como una verdad absoluta, tildando de 'ignorante', 'facho' a quien piensa distinto, entre otras expresiones despectivas, no hace mas que confirmar lo que intento exponer.

En el plano religioso también encontramos la misma situación, no tanto entre las diferentes religiones, sino más bien entre los que creen y no en alguna de ellas. En el fútbol se da lo mismo, pero en este escenario se viven las peores consecuencias, ya que la rivalidad que se engendra entre ambas posturas muchas veces encuentra su fin en fatalidades, generando muertes.

Pero la intolerancia no sólo encuentra un espacio en estas situaciones tan generales como lo son la política, la religión, o el futbol, sino que también se manifiesta en pequeñas situaciones de la vida diaria. A modo de ejemplo, me detendré sólo en una: más de una vez, me ha tocado escuchar expresiones como 'eso no es música', o cierta gente tildando de ignorante a aquellas personas que prefieren alguna banda o estilo musical determinado. Eso también es intolerancia, porque la intolerancia no es manifestar el desacuerdo, intolerancia es silenciar, menospreciar, denigrar, insultar, reprimir o intimidar a otro por sus opiniones, gustos, preferencias o deseos.

En este mundo, y en la sociedad que vivimos, no hay lugar para las verdades absolutas. Querer ver y juzgar al hombre desde una sola y única perspectiva es una visión totalmente reduccionista, y que conduce inevitablemente a la confrontación. La única forma de avanzar como seres humanos y como sociedad es el trabajo conjunto, unidos en un ambiente de paz y sobretodo respeto, al cual se arriba por medio de la tolerancia. El hombre desde el principio de la historia tuvo que unirse en grupos para sobrevivir y realizar grandes obras. Basta imaginar que solo por medio del trabajo colaborativo fue posible levantar pirámides, templos, palacios, puentes y ciudades majestuosas como las de civilizaciones antiguas. Pero claramente, para todos, donde me incluyo, resulta quizás mas posible una teoría sobre la tolerancia que la acción dentro de la práctica misma. La falta de tolerancia lleva a la confrontación, la confrontación generalmente lleva a la violencia, y la violencia nunca lleva a un buen fin.

La tolerancia, es permitir al opuesto sumarse a un propósito común sin pretender eliminarlo y sin dejar de ser opuesto o diferente. Es sumar esfuerzos en un solo sentido, aportando cada individuo lo mejor de sí en beneficio de todos. Es trabajar conjuntamente con el que es, o con el que piensa distinto, valorándonos bajo los mismos parámetros que al prójimo, enfatizando aciertos y superando carencias en aras del bien común.

Si todos los individuos, especialmente los dirigentes a cualquier nivel, pudieran tener en mente las consecuencias a las que puede conducirnos la intolerancia, se daría el primer paso hacia una mejor convivencia y un gran paso hacia la construcción de una cultura de paz. Mientras no seamos conscientes de esto, vamos a seguir observando y quejándonos de la violencia que se vive en la política, en el fútbol, en las escuelas, en la televisión. Quejándonos, sin detenernos a pensar que la violencia termina en cierto punto con la tolerancia, y esta última depende de uno, de cada uno y de nadie más.

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