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25 de febrero de 2015

Un país sin garantías by Jorge D’Amario Cané

Un país sin trabajadores, no crece.
Un país sin empresarios, no se desarrolla.
Un país sin orden ni respeto, declina.
Un país sin garantías, se muere.
Éste sería, sencillamente, un resumen de los males de la Argentina, sin entrar en detalles...

Si con tiempo y paciencia, desmenuzamos estos cuatro conceptos, pasaríamos meses o quizás años, en entender qué nos ha pasado a los argentinos en estos últimos 12 años de gobierno kirchnerista. Si nos atrevemos a revisar nuestra línea histórica, encontraríamos que, desde su comienzo, hemos cometido errores. No obstante, el país avanzó hasta lo que hoy somos como Nación.

En principio, nuestro país es un territorio gigantesco pero mal aprovechado. Siempre fue mal aprovechado. Tenemos territorios vírgenes y territorios desgastados, cuando no inservibles erosionados por los tiempos y las sequías.

Superficies completas, enormes, particularmente en el sur, sólo sirven para que las aprovechen, una parte los que alguna vez titulamos (Perón entre ellos) los terratenientes, con enormes y lujosísimas estancias. Estos dedicados únicamente a criar ganado. Otras zonas quedan en el silencio de la nada.

Cuando viajamos hacia el sur por tierra, especialmente, nos flanquean largos espacios de campo donde por horas no se ven ni animales ni casas. Apenas observamos la cinta de plata del pavimento que nos permite circular. La mayoría de estos territorios suponemos que tienen dueños, pero, como a nadie le interesa producirlos, ni alambrado le colocan para delimitar la propiedad privada.

Es un país con un desarrollo sorprendente en algunos centros poblados, pero absolutamente inexplorado en otras latitudes.

Es desarrollado en las regiones donde crecen las ciudades y las cosechas. Allí hay técnica, hay ciencia, hay dinero, hay progreso. Sin embargo existen lugares donde el progreso no va en un jet sino montado en una tortuga. El norte argentino, es la mejor prueba de las distancias (no sólo geográficas) que los separan del progreso, con pequeñas ciudades, pueblos y villas que se desarrollan como pueden, donde el progreso y el apoyo oficial, no han llegado todavía. Y cuando llegan, lo hacen de la mano de los punteros políticos quienes se aprovechan de los pobres y de los ignorantes que ni escuela han tenido, que no saben firmar, ni trabajar en nada, que no se hacen entender porque sólo hablan su idioma autóctono, y como no saben leer, son engañados para que siempre le voten al caballo del comisario, cuando no al Comisario mismo.

En esos apartados lugares del país, abandonados por el Estado Nacional, hay habitantes que sufren el hambre, la indigencia y las enfermedades soportando una alta tasa de mortalidad infantil.

El nuestro es un país que tiene un 15% de personas en la indigencia y en el abandono, integrantes, muchos, de comunidades indígenas a las cuales se les ha quitado el territorio y se las ha condenado a la desaparición y la persecución permanente. Allí también hay argentinos a los que nunca les llega la mano del Estado. Sólo y no siempre llega un maestro que debe luchar con las carencias, con las enfermedades de los chicos, con los pedidos de las madres por comida y donde los hombres sólo se emborrachan que es lo único en que ocupan su tiempo, porque la cultura del trabajo no existe. Quienes hemos vivido y recorrido el sur y el norte argentino, sabemos de estas cosas. Decenas de veces hemos visto que a esos lugares van los políticos sólo un rato a codearse con la gente, fotografiándose para la posteridad, distribuyendo votos para las próximas elecciones. Luego se van casi siempre por aire y desaparecen de la escena sin dejar ni los rastros.

Ese pequeño pueblo, esa villa es tan sólo un ejemplo de lo que decimos al comienzo de esta nota: Un país sin trabajadores, no crece. Y en la Argentina de hoy, la desocupación es lo único que crece a una velocidad que a un gobierno responsable, le preocuparía enormemente. Menos al gobierno kirchnerista que se ha instaurado en el Poder para aniquilar al peronismo y repartir la Argentina entre los capitales que mayor dinero les entreguen a los funcionarios del gobierno de turno, sin importar el idioma, las costumbres que tuvieren o el pelaje.

A estos hombres que no producen nada, podemos agregarles a los que no trabajan porque en lugar de tener ocupación, tienen un plan social que los mantiene, con lo cual tampoco producen ni siquiera lo que consumen. Pero tienen hijos, 2, 3, 5 o más, con lo que aseguran el futuro del apellido de la familia.

La cultura del trabajo, es practicada sólo por el 40% de la población. Al renglón de los desocupados, perezosos, desinteresados, imposibilitados aparentes, alcahuetes, vividores de la política, políticos, camporistas, presos, y cientos de protegidos por el Estado, adicionamos otro 30%. Si sumamos esa cantidad de argentinos estáticos, ya tenemos un 45% de gente que estira la mano y mira para arriba, sin poner su esfuerzo para ganarse el pan "con el sudor de la frente", como corresponde que el Estado les enseñe a hacerlo. El propio Estado argentino, les enseña a vagar y cobrar sin justificar su renta.

La producción neta del país, está en manos de casi la mitad de los habitantes, que trabajan para ellos, para los impuestos, los servicios, los bancos, las tarjetas, los juicios, los aumentos de precios, y también para los que nada hacen y nada pagan, nada les preocupa y nada piensan, aunque todos cobran.

En síntesis, la Argentina no crece como debiera, porque la cultura del trabajo está fuera de combate, el dinero por lo tanto escasea, la inteligencia duerme el sueño de los justos y los problemas crecen como la levadura, sin que al gobierno le interese un ápice.

Con respecto a los empresarios, ya quedan pocos en el país: los que se animan a invertir esperando que de pronto algún político de turno cambie las cosas, los empresarios a los que no les importa que todo vaya como el cuerno y los que son amigos del Poder de turno.

Mientras tanto, que el gobierno que llegó para llevarse todo en un desgraciado momento de la vida institucional de este país sin garantías, no se olvide de llevarse también todos los cuentos chinos con que hoy intenta engañar a los ingenuos argentinos.

Jorge D’Amario Cané

Director Periodístico de radiomercosur.com

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