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23 de marzo de 2015

Tiene sentido “HACER LA TAREA ESCOLAR” en casa?

La tarea escolar es casi una institución en la vida de las familias. No solamente queda fuera de los cuestionamientos de todos los actores implicados (menos los chicos) sino que algunos establecen casi como regla de tres simple este postulado: “a mayor cantidad de tarea en casa, mayor calidad educativa”. Esta afirmación genera un pensamiento generalizado de que las “buenas escuelas” son aquellas que “matan” a los chicos con tareas en su casa “por el bien de ellos”. Es más: grandes empresas hacen negocios generando sitios en la web “para ayudar con la tarea escolar”, por lo cual los maestros y profesores estamos contribuyendo al desarrollo de un gran comercio a veces sin tener conciencia…

Hoy quiero poner en cuestión todos estos supuestos, incluído el valor de la tarea en sí mismo. Porque como digo siempre: los padres no son pedagogos y por ello no son quienes deberían saber que estas costumbres pueden cuestionarse. Pero los docentes sí tenemos la responsabilidad de revisar cada una de las prácticas instituídas y la capacidad de dudar acerca de su aporte a los procesos de aprendizaje y enseñanza.

Analicemos primero el para qué de la tarea. Cuando los chicos concurren jornada completa a la escuela… ¿tiene sentido que en vez de llegar a su casa a relajarse un poco, jugar y descansar tengan que continuar agobiándose con lo que debían haber resuelto en el tiempo escolar? Si en 8 horas de escuela no somos capaces de enseñarles a los chicos lo que deberían saber, tendríamos que cuestionarnos mucho más cómo enseñamos en la escuela!

¿Y el derecho de los chicos al juego? ¿Quién se ocupa de resguardarlo cuando el tiempo material no da para hacerlo? Seguramente algunos dirán que “los padres son quienes recargan a los chicos de actividades extraescolares”. Sin embargo, todos sabemos que la escuela es la principal responsable de la sobrecarga de actividades fuera de la ella. Visto de esta manera, el primer punto debería apuntar a que la escuela debería resolver las situaciones de aprendizaje requeridas en los chicos dentro del extenso horario de la jornada completa, siendo así la guardiana responsable de garantizar su derecho al juego y al ocio.

Otros pensarán: “para que pierdan el tiempo en la computadora o en los videojuegos más vale que les den tarea”. Pero esto supone que lo lúdico no tiene ningún valor en la vida de los chicos y que cuando ellos se sientan frente a las computadoras no desarrollan aprendizaje alguno, y ambas cosas resultan erróneas.

Vamos a correr ahora la mirada hacia el sentido del aprendizaje autónomo, o más bien lo que correspondería a pensar acerca del “estudio sistemático” como práctica valorada en el mundo de los adultos. Nadie podría estar en contra de pensar el valor de los chicos aprendan a estudiar solos, a organizarse, a priorizar. Pero sobre el aprendizaje autónomo hay mucho para analizar. Partamos de pensar desde cuándo debería producirse. Cada vez es más frecuente observar que las “tareas” se instalan desde primer grado de la escuela primaria como si los chicos de 6 años no necesitaran más tiempo para jugar que los de 15. Pareciera que todo se mide “con la misma vara” y que hay que enseñarles “desde chicos” a sufrir y padecer la tarea (así como los exámenes, que serán objeto de otra entrada). ¿Es justo quitarle a un chico pequeño sus horas de juego en pos de un futuro lejano como estudiante autónomo? No pareciera… Tampoco lo es quitarle el espacio de socialización a los chicos en la secundaria.

El otro punto central es ver en qué consiste la tarea. No tengo ninguna duda de que la mayoría de los casos la tarea que se les encomienda es una repetición de actividades ya realizadas, pero… ¿para qué sirve hacer esto? Salvo que creamos que la “repetición contribuye a la fijación” (principio conductista que se supone más que erradicado de las prácticas pedagógicas”) darles a los chicos este tipo de actividades  no tiene ningún valor formativo.

El otro gran bloque de tareas está compuesto por aquellas llamadas de “investigación” o de “desarrollo”. Aquí encontramos otra gran deformación de conceptos acerca de lo que se considera un proceso de investigación, que es banalizado y confundido permanentemente con una mera búsqueda de información de la que luego los docentes reniegan argumentando que los chicos solo saben “copiar y pegar”. Ahora: ¿les enseñamos realmente a investigar? Y lo peor es que en nombre de “la participación de los padres”, “la implicación en los procesos de aprendizaje de sus hijos”, etc. los ponemos a buscar cosas para “ayudarlos” a hacer la tarea”. Y sobre esto propongo varias preguntas:

  • ¿Para qué sirve hacerlo si no beneficia el trabajo autónomo de los chicos, supuesto principio que fundamenta que exista la tarea?
  • ¿Es justo para un padre que llegar de trabajar todo el día y solo tiene con suerte una hora por día para compartir con su familia y disfrutar que tenga que ponerse a “trabajar para la escuela”? ¿Cuál es sentido de forzar esto?
  • ¿Qué suma en términos de aprendizaje o enseñanza? ¿Les corresponde a los padres ponerse a realizar las tareas con los chicos?
  • ¿No debería la escuela ayudar a crear un espacio de encuentro placentero entre padres y chicos en vez de generar espacios de discusión y aburrimiento compartido? ¿No sería mejor que padres e hijos si tienen tiempo para compartir lean un cuento, vayan a la plaza o vean una película juntos?
  • ¿Qué tipo de padres son los que tienen tiempo y espacio cotidiano hoy para sentarse a hacer la tarea con sus hijos?

El otro aspecto que quiero tomar es la desvalorización que los propios docentes hacen de la tarea cuando muchas veces ni siquiera se toman el trabajo de corregirla y devolverla y solo consideran “si se hizo o no se hizo”, identificando su mero cumplimiento con la responsabilidad en los chicos. ¿Se aprende a ser responsable por cumplir lo que se le ordena? ¿O estamos enseñando simplemente la sumisión y a hacer las cosas “porque el maestro o profesor lo dice”? Alguien debería encontrarle un sentido a esa tarea que se da, ponderarla y reorientarla si es que tiene posee algún valor real.

Es probable que para algunos chicos en particular la tarea resulte una forma de enseñarles a estudiar, pero esto requiere de una orientación e intervención particular y específica de los docentes para que que pueda lograrse. También se necesitan propuestas motivadoras y no reiteraciones tediosas de lo que sucede en la clase.

Siguiendo con el análisis, vamos viendo que existen pocas situaciones, contextos y fundamentos que justifiquen el sostenimiento de la tan arraigada tarea escolar. Veamos entonces cuándo sí podría valer la pena. La jornada simple podría ser una modalidad que permitiera el desarrollo de estrategias de trabajo autónomo en el tiempo que tienen los chicos. Pero además de este contexto, en otras situaciones podría tener algún sentido siempre y cuando las tareas que se encomienden sirvan para:

– Generar estrategias de organización de la información y presentación de los conocimientos particulares de cada uno de los chicos, que luego puedan ser llevados de nuevo a la escuela para compartir y retrabajar en el marco de la orientación del docente.

– Promover la puesta en marcha de investigaciones reales sobre temas que los chicos les interesen. Si los maestros y profesores proponen proyectos en donde cada chico pueda desplegar sus intereses y estrategias propias y si en paralelo se pueden poner en marcha gracias a las TIC algunas formas de trabajo colaborativo en la web, la tarea puede sumar mucho al aprendizaje.

– Invitar a los padres a expresar sus costumbres, ideas, pensamientos, es decir a compartir sus culturas familiares a través de participaciones que ponderen la diversidad.

– Orientar las actividades extraescolares al encuentro entre aquellos aprendizajes invisibles para la escuela y ponerlos en el centro de la escena escolar, recuperando todo aquello que los chicos aprenden y producen por mérito propio fuera de la escuela y tendiendo puentes entre estos aprendizajes y los contenidos curriculares.

– Proponer actividades que permitan a los alumnos desarrollar y experimentar estrategias de estudio y aprendizaje que les den mejores posibilidades en su vida cotidiana en la escuela. Para realizar estas tareas primero será necesario enseñar variadas estrategias de estudio y luego darles posibilidades de desplegarlas en la práctica en un entorno de experimentación individual.

Todas las propuestas que aquí se esbozan implicarían ser más coherentes entre lo que decimos y lo que hacemos. Si defendemos el derecho al juego en la infancia; si sostenemos que es importante la comunicación dentro de las familias y el compartir tiempos junto; si pensamos que la escuela tiene un valor formativo; si nos decimos constructivistas a la hora de enseñar, continuar sosteniendo las tareas escolares sin sentido en la casa va en contra de todos estos postulados.

¿No les parece que es hora de empezar a darle batalla en serio a este otro aspecto de la inercia pedagógica?

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