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2 de marzo de 2015

Inteligencia, Estrategia, Obediencia by Carlos Leyba

¿Es cierto que la tierra es redonda? Esa pregunta la formuló un hombre grande, un trabajador, honesto y humilde. Y explicó la razón de la pregunta en su experiencia de vida “De tanto obedecer, no tuve necesidad de aprender”...

Una lección acerca de la orfandad que produce la falta acceso al conocimiento y el relleno que, de ese bache, se hace con la obediencia como condena. Como toda afirmación puede ser leída en reversa. Veamos.

En los días que corren, una vez más, el oficialismo -éste de hoy mimetizándose pero siendo la continuidad cultural del oficialismo de ayer cuando Carlos Menem era el Jefe- ha reivindicado la cultura de la obediencia política. La obediencia al Jefe circunstancial cualquiera sea el rumbo.

Eso supone la previa decisión de no aprender para no tener que desobedecer. No leer, no estudiar, no analizar. ¿Por qué, cuándo, cómo?

Sencillo. La sanción “express” y manu militari del Convenio Marco con la República Popular China, es un signo dramático de esa degradación política que representa la obediencia para la traición de los ideales. Traición, cómo llamarla sino, fundada ahora en el pensamiento de barnizados marxistas que recitan aquello de la “contradicción principal”. Sobre esto volveré.

Lo cierto es que se sancionó la ley que aprueba el Convenio Marco con China con lo que, como todos los tratados internacionales a partir de la Constitución de la reforma “menemista” (la mayoría de la Convención lo era) de 1994, tiene valor constitucional y está por encima de las leyes nacionales (Art. 75 Inc. 22).

Por ejemplo para los ciudadanos de la República Popular China queda derogada la ley 26.737 que limitó el acceso irrestricto a la compra de tierras por parte de extranjeros. Julián Domínguez hace dos o tres años, hoy presidente de la HCD, promovió esa ley cuando una provincia estaba por ceder miles de hectáreas a inversores chinos.

Antes de la sesión de Diputados pedí la atención a muy destacados legisladores del oficialismo sobre el tema del Convenio con China. Una acción si se quiere ilusa. Pero no hay peor gestión que la que no se hace.

Algunos me prestaron su tiempo: lo agradezco. No sé si me escucharon. Lo que sí sé es que de aquellos con los que hablé, con una sola excepción, no habían leído el Convenio. Y si lo habían leído, no lo habían analizado; y si lo habían analizado no lo habían hecho contrastándolo con el discurso que habían sostenido durante los últimos años y cuyas consignas figuran en su habitual inventario de proposiciones políticas. Por ejemplo la consigna “el proyecto nacional y popular” que la militancia bombardeada levantó en todos los actos oficialistas. Un oxímoron.

Me rectifico. Algunos observaron la flagrante contradicción entre cualquier “proyecto nacional y popular” y la estrategia de largo plazo que implica este Convenio. Pero aceptaron pagar esas consecuencias por cuanto el “swap” chino permitiría tener la caja en dólares imprescindible para llegar a fin de año.

Estos legisladores eran conscientes de que estaban entregando el hígado para poder financiar la fiesta de quince años de la hija mayor. Y lo decían.

Es cierto que la mayor parte de ellos dijeron algo así como “con nosotros” (los próximos nueve meses) no va a ocurrir que entreguemos “muchas” tierras. La ley Domínguez será violada un poco. O por ejemplo “con nosotros” (los próximos nueve meses) no vamos a permitir el ingreso de “muchos” trabajadores bajo legislación china. Las leyes de convenios colectivos serán violadas un poco.

Estos legisladores consideran que una violación puede ocurrir en “oleadas sucesivas”. Un poco de violación, no es violación. Pero ofrecen una garantía de “poca violación” por nueve meses, que es lo que les queda. ¿Se sorprende?

Lo que no pueden negar es que el proceso de gestación del embarazo estará terminado cuando dejen de ser mayoría en las Cámaras. El parto se lo dejan al que venga. ¿Uno más?

Otros -sin duda más “realistas” (a esto lo llaman la real politik)- me hicieron saber de la necesaria renovación de las bancas en este año. Y que quién intentara modificar o demorar, la aprobación del Convenio, recibiría la condena fulminante de Axel Kicillof; y a partir de ahí debería despedirse de la renovación de la banca porque habría causado la demora del ingreso de dólares frescos chinos los que, luego de la sanción, acaban de ingresar. La contra partida de la obediencia es el dedo.

Otros, conscientes de todo, se consolaban, y creían que me consolaban, diciendo “están locos, no saben lo que hacen”. Pero los acompañaban con el silencio, y tal vez con el voto, al precipicio en el que nos arrastran a todos, a ellos y a sus hijos.

¿Qué encontramos en esa rápida excursión? Ignorancia (imperdonable); orden de prioridades moralmente injustificable (la banca); privilegiar el corto plazo (el swap); autoconsuelo (poquito de violación). Todo justificado por la inevitable “obediencia” y el rigor del dedo que unge.

Lo único bueno es que, en privado, no encontré a nadie que defienda el Convenio aunque, lo inconcebible, es que en público están obligados a hacerlo… y lo harán.

Esto no es nuevo. Cosa parecida ocurrió durante la gestión menemista. Como es obvio hoy nadie recuerda haber apoyado las privatizaciones. Las que incluyen desde YPF hasta el sistema de AFJP y la destrucción militante del sistema ferroviario.

Uno de los legisladores de entonces y de ahora, al recordarle aquellas decisiones hoy en parte revertidas y condenadas por todos los hoy oficialistas; me argumentó que era una cuestión de época porque “había caído el socialismo”. Digamos que por cuestiones de época, en los 90, militaban por el Consenso de Washington; y ahora lo hacen por el Consenso de Pekín.

Si no fuera que lo de entonces tuvo como consecuencia la desindustrialización, la pobreza, la deuda externa y la fuga del excedente nacional que aún hoy padecemos; podríamos decir que los mismos que votaron todo lo que produjo esos males, hoy los denuncian (en el pasado) y han dado pasos para revertirlo. No muchos.

Pero como es obvio, digan lo que digan los oficialistas, la desindustrialización; la pobreza y la fuga continúan; y atención, la deuda externa ha retornado y lo ha hecho con las gigantescas condicionalidades del financiamiento chino.

El financiamiento financiero y de corto plazo es el que “justifica”, para ellos, el voto de las condicionalidades estructurales que nos impone China.

Esa, la falta de dólares de corto plazo, es la que quienes votaron las leyes la llaman “la contradicción principal”. Lo que temen los eyecte del protagonismo público. Es decir la confesión que “sin los dólares (o yuanes) chinos no llegamos a fin de año sin otro caos financiero”. Linda justificación. Que además no es cierta.

No hay una, hay muchas vías para financiar con dólares (por cierto caros) este programa de corto plazo para llegar con más votos a fin de año. El programa del cristinismo es dólar anclado para desacelerar la inflación (igual que J.A. Martínez de Hoz y D. Cavallo) con aumentos salariales y pagos de transferencia, que superen la inflación esperada y generen un transitorio aumento del consumo que frene la tendencia al desempleo, a pesar del estancamiento de la actividad y el freno a las exportaciones.

Ese puro presente no requiere, porque hay otras vías, de los Convenios con China de largo plazo. Convenios que, tal como están, son letales para cualquier estrategia de desarrollo nacional autónoma. O en otras palabras absolutamente contrarios a la Independencia Económica, la Justicia Social y por ende a la Soberanía Política.

Ahora bien, ¿si hay otras vías para financiar este programa de corto plazo que no comprometen el futuro como este Convenio, por qué se elige este camino tan lesivo, tan contradictorio con el discurso? La respuesta: importamos durmientes a pesar de que hay 6 (seis) fábricas nacionales de durmientes. Sin contar con nuestro desarrollo nuclear sometido ahora a una tecnología que nunca se exportó. Piense el lector y descubra por sí mismo que es lo que, desgraciadamente, debe de haber detrás de cada “Consenso”. El de Washington todos lo tenemos claro. ¿Y el de Pekín?

Una enorme pena. Una enorme pena ser testigos que hombres que han militado durante años en la idea nacional, que han leído a Arturo Jauretche, a Raúl Scalabrini, que han seguido el discurso de Juan Perón, por tan poca cosa, hayan decidido arrojar con su voto o su silencio, la idea de la Nación al precipicio donde los conducen personas que con esto no demuestran mucha estatura moral.

Con el debido respeto, la culpa no es del chancho sino del que le da de comer.

Es cierto, la mayoría oficialista de hoy no está virgen de decisiones basadas en la obediencia fundamentada en la ignorancia. Lejos de ello.

Muchos de los que militan de hace rato y que hoy son legisladores o funcionarios, también en los 90 fueron funcionarios o legisladores. Durante el menemismo votaron las privatizaciones de todas las empresas fundamentales para apalancar el desarrollo autónomo y nos endeudamos para ello.

Hay excepciones. Pero la inmensa mayoría del oficialismo ante cuestiones capitales no procura aprender, no lee, no analiza; simplemente obedece.

Lo hacen aún cuando esas decisiones son alevosamente contradictorias con la esencia de lo que (es, fue) el peronismo; o con las banderas, al menos las expuestas, de los movimientos guerrilleros en los que participaron; o las de las tradiciones marxistas de donde provienen. Obedecen. Y lo peor, frívolamente reivindican en discursos altisonantes las consignas que, con sus decisiones, destruyen.

La mayoría oficialista, en los noventa, votó las privatizaciones de las empresas claves. Votó sin convicción, sin leer, sin analizar y sólo por obediencia “estratégica”. Votó leyes que le costaron al país enormes pérdidas.

Le recuerdo, el cierre de sistema de reparto previsional y el cambio a las AFJP implicó un incremento de la deuda externa por 30 mil millones de dólares. Nuevas leyes nos volvieron al sistema de reparto: pero la deuda en dólares quedó.

Pero, lo peor de todo es que el sistema, instalado por la Dictadura, de “economía para la deuda externa” en todos estos años, únicos de bonanza, no fue abolido. La prueba contundente es la desesperante necesidad, después de haber dilapidado un excedente comercial de más de 160 mil millones de dólares, de unos dólares para pasar sin lágrimas el proceso electoral.

La “economía para la deuda externa” está tan vigente hoy que el único paso estructural dado por este gobierno es confirmar -como lo establece el Consenso de Pekín- nuestra primarización, en una relación estructuralmente deficitaria con China que, para sostenerse, requiere de financiamiento (y deuda) permanente.

Hoy se materializa en que los yuanes del swap sostienen las importaciones que impiden un proceso recesivo mayor.

Eso es la dependencia estructural, financiera, tecnológica que este Convenio Marco legisla y proyecta hacia el futuro.

La mayoría de los legisladores oficialistas, al convertir en ley -y en parte de la Constitución- al Convenio Marco de la “alianza estratégica integral” con la República Popular China, repitieron la misma experiencia de aquella humilde y honesta persona que recordé al principio. ¿Por qué? Simple. No sintieron la necesidad de leer y analizar el Convenio y evaluar sus consecuencias; porque sólo se limitaron a obedecer.

¿Qué obedecieron estos legisladores?

Comprometer un patrón de comercio similar al de Inglaterra-Argentina del SXIX, Argentina exporta primarios e importa manufactura financiada por China (Art. 3).

No comprometer contenido local, ni regla de origen, ni compre argentino, ni transferencia de tecnología (Art. 4).

Otorgar a China una concesión en materia de Infraestructura que no posee ningún otro país renunciado a la libertad de compra (sin precio/calidad) a cambio de financiación con el derecho de adjudicación directa que desplaza a todos los oferentes argentinos (Art. 5).

Otorga una libertad de movimiento de personas (convenios colectivas) y capitales o de la compra de recursos naturales (extranjerización), que equivale a una suerte de Mercado Común entre David y Goliat (Art. 6).

Otorgar “mano libre” al Ministerio de Economía, sin participación parlamentaria, para todos los convenios específicos que se instrumentarán (Art. 7).

No fijar un mecanismo de solución de controversias; aunque los antecedentes de los convenios ferroviarios adoptan la legislación británica, lo que hace bastante hipócrita el billete de 50 pesos dedicado a las Islas Malvinas.

Convalidar la firma de la cesión por 50 años de tierra y dominio de la misma por una agencia del Ejercito Popular de Liberación de la RPCh; incorporándonos por la ventana a ser patio trasero de una estrategia geopolítica de expansión de la futura primera potencia mundial.

¿Algo más?

Este tratado incorporado a nuestra Constitución, que sin duda va en contra del espíritu de la misma que no puede ser otra que el de la construcción de una Nación, es la puerta de entrada al SXXI de la Argentina a un nuevo estadio colonial.

Lo avalan dirigentes políticos que, seguramente, dirán -como lo dijo el actual jefe de la Inteligencia nacional, el señor Oscar Parrilli al informar la entrega del petróleo argentino- “de esto no nos vamos a arrepentir”… claro que hasta la próxima legislatura. Pero será tarde.

La estrategia china ha sido y es, la larga marcha y no resignar ningún territorio conquistado. Y es una estrategia respetable y admirable de esa gran Nación de la que sí deberíamos ser socios a la manera de ganar los dos. Y no sólo uno, como este convenio establece.

Pero para eso la Argentina debería tener, sin duda, una Estrategia Nacional que no tiene.

Y para eso debería tener una agencia de inteligencia dedicada a esos temas grandes del desarrollo del país: por ejemplo, anticipar las consecuencias de la invasión del narcotráfico y anticipar las consecuencias de la invasión de productos y capitales chinos y de otras potencias con legítimo interés expansionista.

Con esos trabajos de inteligencia, le cabe a la política trazar las estrategias de ataque y defensa nacional.

Lamentablemente la obediencia, la que se construye sin aprender, ha puesto a la mayoría legislativa en la estúpida tarea de cambiarle el nombre a la oficina de la inteligencia inútil. Y así generar una nueva capacidad de conchabo para las agrupaciones militantes del empleo público. Mientras tanto y al mismo tiempo, con las dos manos, votaban bajar los brazos ante la tendencia a primarizarnos aún más.

De la misma manera el saliente Jefe de Gabinete, ante la advertencia del Papa acerca de la brutal penetración del narcotráfico en la Argentina, dijo “No me parece que sea ni siquiera una cuestión relevante”. Aquí cabe recordar el Principio de Peter: “todo el mundo alcanza su nivel de incompetencia”.

¿Será ese principio de Peter el que permite el nirvana de la obediencia, la ausencia de inteligencia y el desprecio a la estrategia propia?

La buena noticia del día. La oposición se comprometió a derogar la ley que consagra el Convenio. Tal vez sea tarde.

Eso sí los que fueron menemistas, kirchneristas y cristinistas -los que votaron todo- si vuelven al Parlamento, van a condenar a los canallas.

Lic. Carlos Leyba

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